Es casi imposible hablar de Justificación por
la Fé, sin hablar del reformador Martin Lutero (1483-1546), que encuentra la
Biblia, por la primera vez, a los veinte años de edad, en la Biblioteca de la
Universidad en Erfurt, Alemania. El antiguo volumen, escrito en latín, fue
abierto por el entusiasta reformador aún universitario, en el primer libro de
Samuel. El curioso lector, maravillado, leyó y releyó la historia de Ana y el
pequeño Samuel. Aquel libro, depositado sobre los estantes desconocidas de una
sala oscura, iría a volverse el libro de vida de un pueblo entero. En aquella
Biblia estaba escondida la Reforma. La escritora cristiana Ellen G. White
afirma que, en aquel momento del primer encuentro con la Biblia, ángeles
procedentes del trono de Dios se colocaban al lado del joven estudiante.
La lectura
de la Biblia era totalmente prohibida al pueblo; restricta a los magistrados,
reyes, cardenales y al papa. Estos, todavía, no la leían porque tenían en la
tradición y dictámenes de la Iglesia dominante, su guía para su teología y
doctrina.
Lutero, que
entonces era un joven espiritualmente
inseguro e infeliz, a medida que se deleitaba en las páginas sagradas, lograba
confianza en Dios. Doctorado en Biblia, el joven descubridor del tesoro
escondido no era un lector apresado, visando ponerse al día con el "año
bíblico", él era un profundo estudioso del libro sagrado. Examinaba el
texto y el contexto como el científico analiza el objeto de su pesquisa en el
tubo de ensayo o microscopio. Llegaba a meditar un día entero en una sola
palabra.
A pesar de tener subido los ambicionados grados del bachillerato en Ciencias, Filosofía y otros campos del conocimiento humano, Lutero atribuyó al estudio de la Biblia su desenvolvimiento intelectual y la genialidad para emprender la Reforma.
Ellen G.
White que, a ejemplo del reformador, fue estudiosa y
comentarista de la Biblia, revela en su libro Fundamentos de la
Educación Cristiana, página 126, lo que puede hacer el Libro Sagrado por el
pesquisidor sincero.
"No
hay nada mas apropiado para vigorizar la mente y fortalecer el intelecto que el
estudio de la Palabra de Dios; no hay otro libro que sea tan poderoso para
elevar los pensamientos y dar vigor a las facultades como las vastas y
ennoblecedoras verdades de la Biblia. Si la Palabra de Dios fuese estudiada
como debiera ser, los hombres tendrían una grandeza de entendimiento, una
nobleza de carácter y una firmeza de propósito que raramente se ven en estos
tiempos.
Millares de
hombres que ministran en el púlpito carecen de las cualidades esenciales de la
mente y del carácter, porque no se aplican al estudio de las Escrituras. Se
satisfacen con un conocimiento superficial de las verdades repletas de profunda
significación; y prefieren continuar así, perdiendo mucho en todo sentido, en
vez de buscar con diligencia el tesoro escondido."
No fue sin
motivo que Ellen G. White, Martin Lutero, Guillermo Miller, D. Moody, Carlos y
Juan Wesley y otros héroes de la fé se volvieron gigantes intelectuales, fueron
predicadores de poder y realizaron obras que el tiempo no puede
destruir.
Lutero no
se conformó apenas con a clásica Vulgata Latina; procuró conocer el hebraico y
el griego para estudiar la Biblia en el texto original. Y eso lo hizo maestro
de Biblia y vigoroso predicador. En el día 18 de octubre de 1.512, el ilustre
monje recibió el honroso título de doctor
en Biblia. Como doctorando prestó el siguiente juramento: "Yo juro
defender la verdad con todas mis fuerzas". En ese solemne juramento, el
ahora Dr. Lutero demostró su vocación de reformador y prometió predicarla toda
su vida, y defenderla, en los debates y con sus escritos, contra todos los
falsos doctores, mientras Dios lo adujase.