1. El Apóstol nos dice claramente en nuestro texto
que Dios "justifica al impío": los impíos de toda clase de impiedad,
de todo grado de impiedad, y solamente dos impíos. Los justos "no
necesitan arrepentimiento" (Lucas 15:7), y por tanto tampoco necesitan
perdón. De consiguiente, solo los pecadores son perdonados.
2. Esto es lo que olvidan aquellos que pretenden
enseñar que el hombre debe ser santificado antes de ser justificado, o sea, que
la entera santidad y obediencia deben preceder a la justificación. Pero Dios
perdona no al santo, sino al pecador como pecador. Dios justifica no al que es
bueno y santo, sino al que es impío y pecador.[1]
3. ¿Acaso busca el Buen Pastor a los que ya están a
salvo en el aprisco? No; él busca y salva a los perdidos (Lucas 15:4; 19:10), a
pecadores de toda clase y de todo grado de maldad, hombres totalmente impíos,
carentes del amor de Dios, en los cuales no hay ningún bien.
4. Los que gimen bajo el peso de la ira de Dios, son
los que necesitan el perdón; aquellos que ya están condenados, no sólo por
Dios, sino también por su propia conciencia, y por otros mil testigos, de toda
su iniquidad; aquellos que no han hecho ni una sola obra buena, sino sólo el
mal y siempre el mal.
5. Y si alguno objetare que "el hombre, antes
de ser justificado, puede hacer obras buenas", la respuesta es: Puede
hacer obras buenas en el sentido de que sean provechosas a los demás; pero esto
no significa que sean buenas de sí mismas, ni que sean buenas delante de Dios.
Dios justifica "al que no hace obras", "al impío" (Romanos
4:5) ; por tanto, las obras que haga el impío, por muy buenas que parezcan, y
por mucho bien que hagan, no son aceptables delante de Dios para justificación,
porque no brotan de la fe en Cristo Jesús, sino que tienen en realidad la
naturaleza del pecado.
6. Ninguna obra es buena, si no es hecha como Dios
quiere y manda. Pero antes de la justificación, ninguna obra es hecha como Dios
quiere y manda, porque Dios quiere y manda que toda obra, sea hecha en su amor,
y el impío no puede hacer estas obras, porque el amor de Dios no está en él
mientras no reciba el Espíritu de adopción por el cual llame a Dios su Padre
(Romanos 8:15). De consiguiente, ninguna obra hecha antes de la justificación
es realmente buena y acepta delante de Dios.
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[1] El señor Wesley publicó este sermón en 1747. En
ese tiempo todavía prevalecía en Inglaterra, como actualmente en todos los
países de mayoría católica romana, la enseñanza romanista de que la
santificación precede a la justificación, y que las buenas obras forman la base
de la santificación intrínseca, que es como llama el Romanismo a la
justificación. Según el mismo sistema romanista, la penitencia es una especie
de sacrificio personal, con el cual el pecador mismo sufre el castigo de sus
culpas y agota de esta manera la ira de Dios; y lo que no le alcance en esta
vida, tiene entonces que lograrlo en el purgatorio.