La ciencia de la salvación, debe ser el tema de cada sermón, el tema de cada himno. Debe acompañar cada súplica. Que nada que se incluya en la predicación sustituya a Cristo, la Palabra, y el poder de Dios. Que su nombre, el único nombre dado bajo el cielo por el cual podemos ser salvos, sea exaltado en cada discurso, y que de sábado en sábado, la trompeta del centinela dé un sonido certero. Cristo es la ciencia y la elocuencia del evangelio, y sus ministros deben predicar la Palabra de vida, presentar esperanza a los penitentes, paz a los atribulados y desanimados, y gracia, integridad y fuerza a los creyentes. (MS 107, 1898).
Jesús es el centro de la Biblia, es nuestro todo o debería serlo. El mayor sacrificio hecho para nuestra salvación ya él lo hizo, no tenemos cómo pagar eso, sin embargo, él nos llama a una obediencia que debemos cumplir no como un requisito, sino como un acto de amor, reflejando en nosotros de una manera práctica nuestro agradecimiento por ese gran sacrificio que él hizo, que fué solo movido por el gran amor que nos manifestó al crearnos y lo demostró al redimirnos.